Necrogenerosidad

Hay frases hechas del lenguaje que, aunque puedan parecer inofensivas, esconden realidades sorprendentes, además de proponer dudas interesantes. Que el mexicano es generoso hasta la muerte es una de ellas. Uno piensa que la expresión no trasciende el concepto de vida y muerte, que carece de literalidad, que solo es una manera de referirse a que los mexicanos son muy generosos. Pero nada más lejos de la realidad. Y no me refiero a las tradiciones indígenas (y de muchas otras culturas) de depositar junto al cadáver de la persona objetos como ropa, comida e incluso botellas de cocacola para que el viaje al más allá sea más placentero, la generosidad llevada hasta el último momento o, mejor dicho, hasta los momentos de después del último momento. No. En el cementerio de San Cristóbal encontré una versión todavía más extrema de la literalidad de la expresión. Y no es que me guste pasear por los cementerios, que quede claro, más bien me dan algo de miedo. Pero pasando por enfrente del que queda a las afueras de la ciudad, con un poco de atasco en el tráfico, me pude entretener en observarlo desde el autobús. No he hablado con ningún local sobre ello, pero imagino que debe de existir una tradición, una demostración de poder económico por la cual, en lugar de lápidas o simples cruces con flores en el suelo cubriendo al muerto, las familias construyen pequeñas casitas, decoradas también con flores, pero con paredes pintadas con colores alegres. Las casas para el muerto no exceden los dos, tres metros cuadrados. Principalmente por una limitación de espacio, no es cuestión de construirle a cada muerto en el cementerio una casa con cocina, comedor, habitaciones y jardín. Pero a pesar de pequeñas, las casas resultan coquetas. Solo tres metros cuadrados, pero la altura es como la de una casa al uso. Así, el muerto dispone de un espacio para, suponiendo que pudiera ponerse de pie, estar cómodo en esa posición. Las casas no tienen sanitario, eso también es lógico, no me imagino un muerto necesitando ir al servicio, o lavándose la cara. Ni tampoco parecen necesitar cama, ni sofá, ni en general lugares de descanso pues, después de morir, ¿no se supone que han llegado ya a su momento de máximo reposo? Así que de acuerdo en la superfície de la casita. De manera que, puesto que no se puede mejorar en amplitud, las familias que quieren demostrar verdadera capacidad económica (se supone que en relación directamente proporcional al amor por el difunto), desarrollan su creatividad a lo alto. Primero se observan casitas de un piso de altura, pero enseguida algunas ya tienen su buhardilla, su tejado ostentoso, incluso chimeneas. Imagino el catálogo de casitas disponibles de alguna empresa con verdaderas ganas de innovar en este sector tan interesante. ¿Ofertarán placas solares para el techo? ¿Incluirán electricidad, conexión a Internet, televisión por cable? Y los diseños, ¿se mantendrán siempre en madera, o se empezarán a ver materiales modernos? Pero es que, además, la imaginación se le dispara a uno pensando en posibles utilidades de las casas: tal vez los muertos mantengan algún tipo de vida social mientras dormimos, como en esas películas de niños en que los juguetes despiertan por la noche. ¿Recibirán alguna vez invitados en sus casas los muertos? ¿Tendrán que estar muy apretados, o en cuanto que almas, no tendrán problema de espacio? ¿Se montarán fiestas, se dirán cosas como “en tu casa o en la mía”, habrá mercado de compraventa entre ellos, se harán mudanzas? La verdad es que la lista de interrogantes es larga, las posibilidades para la fantasía también. Incluso el grado de exageración humano en la ostentación podría ser divertido: ¿se llegaría a ver competir entre la lista de rascacielos mundiales a una de esas casitas? ¿Y una burbuja inmobiliaria en este tipo de casas, una burbuja necroinmobiliaria, qué tal? Pues no sería tan descabellado. Pero en fin, aparte de estas cuestiones, sin duda interminables si uno se pone a divagar, hay una que me gustaría algún día corroborar, si no es que me sienta demasiado estúpido cuando la vaya a formular. La cuestión es: si según la religión católica, el alma de una persona que abandona su cuerpo se dirige al cielo, entonces, ¿qué sentido tiene hacerle una casita si, técnicamente, no la va aprovechar?