Un juego increíble

Mira cómo buscas las llaves del coche, despeinada después de las clases. Mira cómo la encuentras y abres la puerta, te acomodas en el asiento y te dispones a arrancar. Mira entonces cómo de una manera que desconoces te envío un concepto, una sensación que te va a ser nueva. Es mi deseo a distancia. Lo condenso en los puntos que me apetecen, primero en tu cuello, después en tus pechos, finalmente en tu sexo. Quiero que conduzcas con eso ahí. Lo que estoy buscando es la alevosía, que no sepas que estoy, que me sientas sin verme. Quiero provocarte un orgasmo sorpresa. Y lo que hago es elegir con cuidado el momento: lo que más me excita es ponerte en apuros. Piensas que algo te pasa y que si sigues así, no vas a poder conducir. Es un placer que no sabes si te baja o te sube o te aprieta y que va creciendo, mientras yo estoy divirtiéndome en otro continente provocando ese infarto en tu cuerpo, jugando a provocártelo justo cuando se pone en verde el semáforo, observando tu cara justo en ese momento. Lo que me divierte es ver nacer esa lucha en tus ojos, crearte una paradoja entre el cuerpo y la mente, y que pierdas finalmente la lucidez en un contexto en que no parecería, en que jamás tocaría. Después, cuando te estés preguntando qué demonios ha pasado, me apartaré silencioso y esperaré al siguiente asalto. Aunque adorarás el regalo, tal vez inyectártelo desprevenida sea más bien una tortura, lo sé, pero permítemelo, almenos esta noche de frío en que hace muchas horas que no hablamos. Así que sigamos: habrás aparcado ya el coche, habrás decidido no darle importancia al suceso, pero entonces encontraré otro momento propicio, esta vez subiendo escaleras, hacia el piso. Otra vez no sabrás a qué atenerte, no sabrás cómo tomarte esa humedad que no te deja subir los peldaños con normalidad y sufrirás por si baja y te ve algún vecino, y pensarás cómo puede ser, que me pase esto ahora. Yo entonces volveré a reír; todavía no lo sabrás pero yo me estaré riendo, pulsando la tecla perfecta en el momento imperfecto, en este juego de placer desplazado al que me estoy dedicando. Tendrás que parar antes de entrar en casa, en el mismo rellano, ahí dónde nunca sucede nada. Pero hoy sí: hoy te quedarás inmóvil, extraña y a gusto al mismo tiempo, sorprendida por mi segundo orgasmo a distancia del día. Para ese momento tal vez ya me cueste contenerme y quiera actuar más regularmente, así que cuando hayas cenado y te recuestes en el sofá volveré sobre ti. Y esta vez sin duda empezarás a sospechar. Ya sería el tercero y de algún modo siempre que te vienen esos ataques piensas en mí, los dos dentro y los dos juntos, y entonces ya sí ladearás la cabeza, negarás con ella, te darás cuenta de la estrategia. Y entonces volverá a pasar lo de siempre: que tú te sales con la tuya y no solamente detectarás la llegada del momento sinó que además te dejarás vencer, porque a ti no te gustan las competiciones, aunque en este juego ganemos siempre los dos. Si después, por ejemplo, cuando pasees tranquila con los perros, yo quisiera otra vez sacudirte, tú pondrás a prueba tu venganza pacífica y en un sutil descenso de la movilidad disimularás con calma, cerrarás los ojos y disfrutarás, con los ojos cerrados, con la cara sonriente. Entonces ahí yo ya sabré que mis sorpresas habrán dejado de serlo y que ya solo tendré unos segundos de ventaja. Pero amor, aunque hayas comprendido mi técnica, aunque alcances a reaccionar ante estos arranques, aún así, si me lo permites, lo seguiré haciendo. Ahora ya no me hace falta esconder nada ni jugar a las sorpresas, así que si me das tu consentimiento, voy a seguir lanzándote estos pellizcos telepáticos, estos guiños de sexo a sexo. Te los voy a dar en casa, en el trabajo, de noche, cuando la copa de vino, cuando el estado alfa. Es más, creo que voy a avisarte del siguiente: la próxima vez va a ser en la ducha, mañana por la mañana. Así que estate muy atenta porque esta vez, voy a concentrarme muy fuerte.