El pelito

Éramos muchos pero nadie hablaba, todo el mundo estaba pendiente de si el pelito, Andrés repetía sus frases pero en silencio, todos sabíamos que las estaba pensando porque sus labios le delataban, resoplaba silencios en ese mantra en el que se sumía cada vez que las cosas se ponían feas, mientras muy lejos de allí yo miraba el espectáculo como recién cambiado de canal, enchufado sin transición a una pantalla nueva, todavía pendiente de enfocar. A mí siempre me pasa lo mismo, pienso demasiado en mí mismo y en aquel entonces y en aquel lugar no había nada de mí excepto mis ojos clavados en el pelito, un pelito que era un pelazo, porque cómo un pelo tan largo, un fenómeno extrañísimo en la mejilla de una chica tan joven, por mucho que Luis, y también Cristina, insistieran en que eso pasa de vez en cuando, que es normal, que son extrañezas propias del cuerpo humano. Yo creo que estábamos todos, quizá tú te habías marchado a por agua o a por gasas, siempre tan cuidadora, no fuera a faltarle de nada a la chica. Estarías comprando ese agua o esas gasas (¿fuiste también a por agua oxigenada?) y te perdiste el momento en que salió el pelito, nadie hablaba ni nadie se atrevió a darle el merecido codazo a Andrés, que iba subiendo de volumen sus interiorizaciones, dándole a la situación un toque cada vez más preocupante de exorcismo de película de jueves por la noche. No sé si fue Luis o fue Sara, porque no creo que fuese Carlos, que no dejaba de hacer fotos para su concurso de Instagram y hacía rato que tenía una buena posición cerca del pelito, buscando el enfoque perfecto que le valdría su premio Instagrammers 2014. Habían estado todos jugando con el pelito, no hace falta ser hipócritas y fingir ahora que había un ambiente de respeto, tú también estuviste antes de irte a por agua o a por las gasas, yo creo que fue por eso por lo que te fuiste, todos se pusieron a jugar con el pelito con excusas todas inverosímiles sobre comprobaciones vagamente parecidas a procedimientos médicos inútiles, todo el mundo entretenido por turnos en tocar el pelito en su dimensión más aérea, puesto que la chica confesaba que le dolía un poco cuando lo tocaban en su inserción con la piel. Hay que reconocer que el pelito era de una gracia peculiarísima, a mí me recordaba a un árbol de tallo liviano que se ondease ante los soplos de un viento más bien cariñoso, aunque después, cuando Carlos no estaba atento y conseguía acercarme a la mejilla de la chica y alcanzaba el tacto de su punta ligeramente curvada, sin llegar a ser rizo pero insinuándolo, entonces la imagen del árbol me parecía excesiva y más bien me sugería un boceto de un dibujante, los apuntes previos de un cómic de superhéroes, y el pelito siendo la línea de un muslo, de un brazo, un trazo auxiliar que perteneciera a un mundo juvenil, de fantasía de niños pequeños, como si el pelito se lo hubiera inventado la misma imaginación de la chica, que tan estoicamente aguantaba las caras cercanísimas y las miradas y los toqueteos al pelito, las fotos de Carlos para su concurso de instagram, y Andrés con su mantra que ya adquiría el nivel de susurro, en una progresión que conocíamos perfectamente, como si alguien hubiera enchufado en la habitación de al lado una radio vieja pero la estuviera acercando muy poco a poco, su volumen alcanzándonos progresivamente, aunque al final, como siempre, terminaría callando cuando las cosas volvieran a su curso. Yo creo que el pelito salió en el preciso instante en que tú volvías con el agua o las gasas, traías la bolsa de plástico envuelta bajo tu brazo, no sé porqué no usabas las asas de la bolsa, creo que te daba la sensación de que así el contenido de la bolsa estaría más seguro y además más accesible. Así que llegaste con tu bolsa de agua o de gasas segura y accesible y el pelito estaba en el proceso último de salir de la mejilla de la chica joven de los cómics de superhéroes, de las predicaciones fonéticas de Andrés, de las fotos de Instagram de Carlos, del pelito desprendiéndose por primera y última vez de su vínculo con la carne, la chica con los ojos resecos mientras Carlos o Sara o Luis por fin habían tomado la decisión de arrancárselo, después del absurdo debate en que tuve que contenerme para no opinar que hubiera sido divertido que se le hubiera permitido a la chica seguir con el pelo sobre su mejilla durante un tiempo más, aunque solo fuera para experimentar, a ver qué reacciones suscitaba en la gente. Pero había un acuerdo silente, un pacto social que ya venía firmado de generaciones anteriores y que nadie se atrevería a romper, las miradas condescendientes de todo el mundo sobre la finura de aquella mejilla adolescente, porque cómo iba un pelo tan largo a quedarse ahí,  además tan único, tan aislado, como si de alguna manera, si en vez de un pelito hubieran sido quince, o cien, o dos cientos, hubiera sido razonable replantearse su supervivencia. Era pues irrevocable y si se dilataba la espera era solo por mero entretenimiento del personal porque todos teníamos claro que el pelito iba a desaparecer en un proceso último que sucedió justo cuando tú sacabas de la bolsa de plástico la botellita de agua y las gasas, y todos escuchábamos cómo Andrés ya había alcanzado el nivel de decir en voz alta palabras sueltas. Porque justo cuanto tú entrabas con tu bolsa y el pelito era extraído sin ningún tipo de dramatismo, más bien como un trámite pudoroso, Andrés dijo claramente “la chica no”, las tres palabras dichas muy lentamente, pero no como si fuese a continuar la frase, sino terminándola, “la chica no”, punto, y después callarse para no decir nada más. Pero lo extraño no fue eso sino que la chica dijera también “No” en el mismo instante en que Andrés decía su “No”, el de su “la chica no”, mientras la chica le otorgaba su propio “no”, como cediéndole una sonoridad conjunta, quizá en un deseo de magnificar la extracción, aunque lo dudo mucho porque qué iba a saber la chica que diría Andrés, sobretodo en aquella situación. Estoy seguro de que tú también estabas ahí cuando coincidieron en ese “no” de final de ceremonia, y no sé qué pensarás pero para mi fue como una solicitud de certeza, como si nos preguntase Es verdad que me habéis sacado el pelito, a través de una simultaneidad fatal, porque no puede llamársele de otra manera que fatal, sobretodo porque todos conocíamos los versos de Andrés, y que hubiese acertado una vez más, solo confirmaba la sospecha de que habíamos permitido que aquella niña también ingresara en un orden y una periodicidad, que los demás ni siquiera vimos venir ser impuesta.