Singretto

Vivían en el Distrito Federal, en la delegación del Coyoacán. Xavi tenía tres años, Meri cinco; su padre, Carles, era experto en geología, y su madre, Sara, en sismología. Eran una familia catalano-mexicana muy bien educada: él era un hombre de vastos conocimientos en casi cualquier ámbito y ella una conversadora excelente. Hacía trece años que vivían en Mexico, desde que él se marchó de Barcelona para continuar sus estudios en México; él tenía pasaporte mejicano y platicaba el castellano con un marcado acento local y ella les hablaba a los chicos en un catalán muy correcto. Cuando los niños hacían algo mal, Sara les reprendía y les enseñaba a pedir disculpas, y cuando hacían algo bien, se lo reconocía diciéndoles Me gusta mucho que hagas hecho esto, estoy muy contenta. Carles les hablaba en razonamientos y los niños obedecían sin rechistar. Eran una pareja de pequeños deliciosa. Se subían al carro del supermercado y pasearles era escuchar resúmenes inverosímiles de películas que habían visto. Fue ahí la primera vez que oí hablar de Singretto. Los niños narraban a trompicones, era interesante observar qué escenas retenían, usaban abundantes “y lueeeego” y Xavi a veces repetía la última sílaba de las palabras de Meri, como si quisiera anticipársele. Meri era de un carácter fuerte, líder, y Xavi parecía estar de acuerdo con ello. Cada noche después de lavarse los dientes, a veces Carles, a veces Sara, les contaban un cuento ya en la cama. El día de reyes era inminente y los niños estaban muy concenciados de la advertencia de mamá: “a los niños que piden demasiadas cosas, los reyes no les traen nada”. Un día aprovechamos una de nuestras visitas turísticas para intentar hacer volar sus papalotes (dos cometas con forma de abeja y mariposa), pero no hubo viento y tuvieron que conformarse con una caminata y un rato de juegos en un parque de los arcos del sitio, en Tepotzotlan. Los niños saben disfrutar del presente, y a falta de papalotes, se volcaron en el paisaje, en el puente colgante, en la posibilidad de lanzarse por la tirolesa. A veces se perseguían el uno al otro con las manos y los brazos metidos dentro de la camiseta, y Carles se ponía nervioso porque se acercaban demasiado a las otras mesas. Apenas lloraban, y cuando lo hacían, Carles y Sara gestionaban sus quejas con serenidad y conversaciones. Eran muy graciosos. Se sabían de memoria los cedés catalanes que sonaban en el coche, y aunque mamá solo saliese un momento a comprar una llave para la autopista, ellos insistían en decirle adiós, mamá, adiós. Una mañana, recién levantado, le pregunté a Xavi si había soñado alguna cosa. Esa fue la segunda ocasión en que oí hablar de Singretto. Xavi Miquel (ese era su nombre completo) había soñado con un zombi bueno, cuya descripción, dirigida por mis preguntas, era la de un zombi con cuerpo grande, cabeza pequeña y de color rojo y negro, y que se llamaba igual que su elefante de peluche. Espera, que voy a traerte el elefante: se llamaba Singretto. Fue en ese momento cuando decidí que Singretto se escribía con dos tés. Podría ser simplemente Singreto, pero me pareció que a Xavi le silbaba la te de una manera diferente, así que debía de ser Singretto. Pero, ¿dónde había escuchado yo ese nombre? Algunas veces nos sentimos bombardeados de información y podríamos clasificar todos los datos que recibimos en una especie de catálogo de estímulos: la historia de las ostentaciones hispanas para convertir a los indígenas al cristianismo, el espectáculo de una gigantesca y larguísima autopista diametral, ciertas expresiones del castellano de América. Pero escuchar Singretto me dejaba sin palabras, como ante un folio en blanco, la inocencia de Xavi en sus ojos, la expresión cómplice de Meri. Singretto. Así que pregunté a sus padres por el origen de ese nombre. Se lo ha inventado Xavi, dijo Carles, se lo adjudicaron a un pájaro rojo y negro que avistaron en Costa Rica estas vacaciones pasadas, y el nombre ha ido pasando del pájaro, al elefante de peluche, y después al zombi de los sueños. Deduje que, además, también se lo atribuyeron a uno de los personajes de la película que me narraban subidos al carrito. Singretto. ¿Dónde había yo escuchado ese nombre antes? Traté de hacer memoria, recuerdo que incluso busqué en internet, traté de traducir del italiano, pero nada. Al mismo tiempo, la posibilidad de encontrar un momento de intimidad con Xavi para indagar algo más en la historia de Singretto se me hacía extraña: tenía la sensación de que Xavi Miquel ya había cumplido su función con comunicarme el nombre y que ahora me tocaba a mí descubrir el resto de la historia, si es que había alguna historia. Sin embargo no pude resistir la tentación, y a la mañana siguiente, fui a buscar el elefante de peluche, me subí a Xavi al regazo, y le dije, si us plau, Xavi Miquel, cuénteme más cosas de Singretto.