Wi-fi en la iglesia

Hay ideas magníficas que, juzgadas prematuramente, pueden parecer estúpidas. Al padre Luis se le ocurrió la suya un día de Enero, por la tarde, cuando entró en su parroquia un turista, seguramente europeo, que le preguntó, perdone, ¿tienen wi-fi?. Preguntas así pueden dejarnos atónitos ante la obviedad de la respuesta y pueden llegar a provocarnos la risa. Pero no fue este el caso del padre Luis que, muy atento, como afectado por la inquietud del extranjero, sopesó la posibilidad de, efectivamente, tener instalada una señal wi-fi dentro de su pequeña iglesia. En un brevísimo instante el padre revivió las soporíferas horas sin un solo feligrés, los fracasos estrepitosos de cada actividad que organizó, y se dejó llevar por una fantasía empresarial. Si instalaba wi-fi en la iglesia, sin duda muchos jóvenes se verían atraídos por la conexión, aunque el motivo no tuviera nada que ver con la fe. La mente del padre Luis viajó rapidísima a un sistema de compensaciones estructurado que por un momento le hizo pensar que había encontrado la cuadratura del círculo. No sería tan descabellado exigir tres avemarías para tener acceso a la contraseña, la cual podría cambiar de día en día, y consistir en aforismos bíblicos, o porqué no, puros mensajes explícitos como “DiosExiste”, “MonaguilloIsCool” o “InGodWeTrust”. Una vez se reclutasen suficientes jóvenes, entonces podría ofrecerles sentarse en las banquetas más cercanas al router, a cambio de confesarse regularmente. Incluso podría abrir nuevas líneas de atracción ofreciendo minutos gratis en las tarifas telefónicas, a cambio de asistir a la misa completa, con la única condición de no estar pendiente del móvil drante su celebración. Con estas estrategias de marketing triunfaría, pensó. Los jóvenes picarían el anzuelo, y ya se encargaría él de convencerles en la cuestión religiosa, que para eso estudió Teología en la universidad. Mientras el padre Luis viajaba en su mente hacia su particular versión del éxito de la religión, el turista, que debió darse cuenta de lo insólito de la ocurrencia, dijo Oh no, claro, padre, como iban a tener ustedes wi-fi, disculpe la molestia, adiós, tenga un buen día, que Dios le bendiga. El padre Luis, habitualmente fiel a sus modales, en condiciones normales se hubiera despedido devotamente del turista pero, en esta ocasión, no pudo articular palabra. El turista había dicho “cómo iban ustedes a tener wi-fi”, dando por sentado que esa opción era imposible, que menuda tontería acababa de preguntar. Fue en el tono de la frase dónde el padre Luis identificó la más que probable negativa que sus superiores le darían en caso de solicitar permiso para su misión electrónica. Imaginar la expresión de reprobación en sus caras le hundió. Cuando volvió en sí, el turista ya estaba cruzando la puerta de la iglesia, pero aún así, en una especie de reivindicación ahogada, a medio camino entre el espanto y la súplica, gritó: No! Wi-fi no! Y aún añadió unas pocas veces más, cada vez más lento, cada vez más flojo: No..., Wi-fi no..., hasta volver paulatinamente al estado de soledad y silencio en que aquel turista lo había encontrado.