Juan en su estudio es
ofuscación. Es una pura tormenta que anda nerviosa de los armarios a
la cama, de la cama al sofá, del sofá al mueble de la entrada. Juan
es una gran maleta (aunque tanto leer argentinos al final le apetece
llamarla valija así que) Juan es una gran valija y un montón de
cosas esparcidas en el suelo: ropa, libros, libretas, bolígrafos,
medicinas (¿dónde está el pasaporte?), todo cosas que deben ir a
la maleta, que deben entrar en la valija porque Juan es una huída,
seguramente un viaje pero sobretodo una huída que se supone que va a
empezar hoy en un estudio que aún repite recuerdos (aunque eso
también es mentira y todo lo que pasa, pasa en la cabeza de Juan).
Si se para un segundo, a
Juan le parece que quizás podría dejar de ser una tormenta, y que
un levísimo cambio de humor aún le devolvería al estado normal
(pero entonces qué idiotez, y además qué importa eso ahora) porque
la valija está en el suelo como una caja torácica sobre un diván,
y Juan se imagina que hay un terapeuta que le habla a un libro de
Geografía mientras es la valija la que se pone a elegir qué es lo
que va a llevarse Juan, y no Juan.
Pero entonces todo se
trata de eso: a Juan le aparece el pasaporte (estaba de pasapáginas
de la última novela imposible de terminar) y entonces lo ve claro.
Juan se da cuenta de que la elección de las cosas que va a llevarse
en la valija resulta ser el núcleo central de la huída, más que la
propia huída, más que el propio viaje y más que los motivos,
seguramente los mismos de siempre.
Pero el peso de una
valija es también, al final, decepcionantemente débil. Juan sabe
que esto es así y que, por lo tanto, muy pronto el teatro va a
desmoronarse y vendrá la tristeza, o la rabia, y eso si hay suerte,
y no viene el más crudo de los vacíos, y entonces no hay quién
levante cabeza, que en eso Juan ya tiene experiencia.
Así que no, no sirven de
nada los dramas y entonces algo como una resistencia a la muerte lo
rompe todo en direcciones contrarias, y coloca a Juan en una zona de
tránsito extrañamente mecánica. Son pocos segundos, quizá por lo
ridículo de un pasaporte como pasapáginas, quizá por lo también
ridículo de verse escogiendo entre ropa indiferente, o quizá por un
vago y rapidísimo recuerdo de tantas otras valijas. No lo sabe, Juan
no lo sabe, el caso es que Juan pasa de preocuparse por llenar la
valija a hacer todo lo contrario y dedicarse, muy poco a poco, muy a
pesar de todo, a recolocar todas las cosas que estaban en el suelo
(ropa, libros, libretas, bolígrafos, medicinas, el pasaporte) en el
lugar donde estaban.
Y así, sin más, termina
la historia. Termina minutos después con el estudio de Juan en la
más absoluta normalidad, como si ahí no hubiera pasado nada, como
si la única huella estuviera dentro de la cabeza de Juan, en forma de escena
que visualiza de vez en cuando: un libro de Geografía que irradia,
desde una caja torácica (abierta sobre un diván), un rayo de luz
que destroza en pedazos una tormenta.