De nuevo el
reto del precipicio, de nuevo el desafío de volar. Las tardes
angostas, las noches plateadas, las problemáticas mañanas buscando
entre libros aquel cuento que te prometí, el cuento que iba a
empezar nuestro nuevo círculo, el cuento bandera que íbamos a
clavar en la cima justo antes de volver a despegar. Lo buscaba entre
armarios insomnes, entre carpetas viejísimas, entre recuerdos vagos
de literatura. Y si no aparecía, si costó tanto que apareciera, si
al final solo apareció aquella noche entre un sudor como de euforia
reprimida, es porque el salto iba a ser aún más alto, el nuevo
círculo tendría más dimensiones, y entonces el miedo al fracaso, a
la fase marchita donde ya habíamos caído, tú con tus culpas, yo
con mis huídas.
Pero luego
imposible leerte aquel cuento: tengo sueño, suena el teléfono,
prefiero poesía, hagamos el amor. El salto a la piscina, el vuelo
hacia un vacío que los dos sabíamos que no era ni vacío ni
peligroso no podía colarse en momentos de tránsito, en escenas
diarias sin gravedad. Hacía falta un atardecer, una puesta de sol,
una meditación en libertad.
La hora
propicia llegaba pero yo era un saco de nervios, como siempre, tan
bien disimulados. Pero entonces tú, una vez más tú, tú y tus
sorpresas de niña, tus palabras pausadas, tus respiraciones
precisas. Porque otra vez más, como quien pierde una piedra
preciosa, yo no encontraba el cuento por ningún sitio, y otra vez el
pánico, salirse de lo previsto, incumplir la expectativa, fallarle
al prejuicio.
Y si te
estoy contando todo esto ahora es porque entiendo que es tu manera de
compartir las riendas. Yo soy tan rudo en realidad, que no acepto
papeles pasivos: debo ser yo quien te lea el cuento, debo ser yo
quien nos resuma, quien escriba estas líneas que nos magnifican.
Pero tú, una vez más tú, con tus guiños risueños, con tus pausas
medidas, has vuelto a romper mis guiones de siempre con solo intervenir: con solo tener tú
al final el cuento, con solo ser tú, al final, quien lo lea.