Un cortado, por favor

Me visto con lo primero que encuentro, compruebo que mi pelo no esté demasiado desorganizado y bajo a la calle. Tengo un antojo: quiero tomarme un cortado en la barra de un bar. Y no es que me haya sido imposible tomarme un café en condiciones en estos cuatro meses de viaje centroamericano. Pero me apetece rememorar el momento, su ritual. Esa tradición tan nuestra. Una liturgia para la cual, en mi opinión, es fundamental hojear un periódico. El que sea. Aunque es cierto que la experiencia variará considerablemente dependiendo de cuál caiga en nuestras manos. Hoy, afortunadamente, ha sido el diario As. Y no es que yo sea ni madridista, ni tampoco excesivamente culé, ahora que el Barça no gana demasiado. Pero ponerme al día en esa especie de prensa rosa de los hombres ha sido reconfortante: el Cholo Simeone sabe que va a hacer historia, Rafa Nadal coge forma en el torneo de no sé dónde, el Barça se planteó vender a Messi y darle una parte de la venta. Lectura fácil y liviana. Conciencia no demasiado intranquila. Me pido el cortado y mientras remuevo el azúcar escucho a mis vecinos de barra. Están indignados por algo que no comprendo bien. Me río pensando en cómo imitan nuestro acento los latinos. En la tele, Antena 3. Barrio de las afueras de Tarragona. Todo es terrible y entrañablemente español, o catalán, o cómo sea que Dios quiera. Yo, que aún tengo reciente el acento y las costumbres de las antiguas colonias, insisto en mis Permiso, Por favor y Muchas gracias. Pero detrás de la barra me tratan con austeridad. Aquí no se concede el colegueo con solo educación: hacen falta otros méritos. Termino el diario y me acabo el cortado, que estaba riquísimo. Un euro con diez. Aunque inmerecida, dejo veinte céntimos de propina. Salgo del bar y hay un buen grupo de gente fuera, fumando. De hecho, para salir, me tienen que hacer un poco de pasillo. El macho alfa del grupo, un tipo con tatuajes y piercings y la voz muy ronca, me mira a los ojos. Pone cara de estar a punto de abalanzarse sobre mí y degollarme. Sin embargo, me avanzo a cualquier cumplimiento de mis horribles fantasías y ataco primero. Le digo Venga, Hasta luego, Buenos días. De todo el grupo, sólo él me responde: ya casi he superado el límite del cerco que habían formado, cuando oigo que me concede, distraído, un saludo. Dice: Talueego, y percibo que alarga la e, tímidamente amistosa. Me siento bien. Subo las escaleras hasta casa corriendo, porque ahora tengo otro antojo. Quiero escribir sobre esta pequeña escena.  Supongo que ya está. Que ya he vuelto a este país. Que ya estoy en casa.