A Xavi le gustan las
noches de Noviembre. No hay casi gente en el paseo marítimo de
Cambrils, y aunque las pocas tiendas que se mantienen abiertas en
invierno ya han cerrado, unas luces sobre unos pivotes lo iluminan
con elegancia. Hay bastante silencio. El mar está ahí enfrente, y
circulan pocos coches, a velocidad lenta. No hay casi nadie, pero el
lugar se siente vivo.
Gravemente vivo, en
realidad. A pocos metros de dónde ha aparcado, una pareja discute a
gritos dentro del coche, con las ventanillas bajadas. En el camino
del coche al paseo oye que el hombre le dice a la mujer: “¿Y tú?
¿Tú cómo tratas a tu marido?”. Gritan mucho, y hay una señora
que está, descaradamente, escuchando la discusión.
A Xavi se le suelen
ocurrir frases. Y esta vez, piensa: “La presencia del mar es
terriblemente relevante”. Y enseguida recuerda haber escuchado que
los cambios de estación afectan profundamente a la estabilidad
emocional de las personas. En el camino de vuelta oye, otra vez, al
hombre, decirle a la mujer: “Te hablo de afecto puro. De dar sin
esperar nada a cambio”.
Xavi intuye que hay algo
de absurdo en los mecanismos sociales. Pero ese absurdo se le escapa.
No es la primera vez que lo intuye, y nunca parece un buen momento
para adentrarse en él. Sin embargo, está arrancando el motor cuando
le asalta una especie de tristeza resignada. Algo como un peso en los
ojos, amargo, e indescartable.
Sería una lástima que
mañana volviera a hacer una temperatura tan suave como la de hoy,
piensa Xavi. Porque mañana no puede venir al paseo de Cambrils.
Tiene otras cosas que hacer. Además, de todas maneras, Noviembre
está a punto de terminar.