Los profes


¿Tú te acuerdas de los profes que tenías? A mí, algunos, a veces se me olvidan. Y tengo que hacer memoria (hace mucho de la época del instituto). Pero sí me acuerdo que estaba Claudia, aquella nefasta profesora de Historia que siempre te miraba por encima del hombro. No aprendimos nada con ella. ¿Tú aprendiste algo con ella? Yo no aprendí nada con ella. De su misma quinta estaba también Julio, el de Filosofía, con su ristra de chascarrillos (que no le hacían gracia a nadie), y que se pasaba las clases hablando de él mismo, de sus viajes a América, y de sus historias de joven (historias que después de un trimestre ya no le interesaban a nadie). Estaba también Emma, la perfecta Emma, no sé si daba Castellano o Literatura. Me acuerdo que nunca discutía con nadie. Yo no sé si lo suyo era una especie de persuasión innata, o si es que se mantenía siempre al margen de las polémicas, y por lo tanto nunca se enfrentaba con nadie. Pero renuncio a hacer una lista de todos ellos, mi preferido era Luis, el de Música, el más loco de todos, con el que más te reías, y del que más me acuerdo. De hecho aún me acuerdo, de vez en cuando. Un día, en clase, yo estaba distraído girándome todo el rato para charlar con el de atrás. No sé si debe tenerlo aún (porque imagino que debe de haber envejecido), pero entonces tenía un pelo rizado particularísimo. Era un rizo de una extensión larguísima, de un diámetro larguísimo. Una maraña de rizos enormes que me incomodaba tanto como me fascinaba. Yo estaba distraído (quién sabe qué tontería le estaría diciendo al de detrás), y entonces Luis se sentó a mi lado, esperó a que me diera cuenta de que estaba ahí, y cuando le miré, entre asustado y expectante por ver qué me diría, se acercó un par de dedos a la frente, por donde asomaba uno de sus larguísimos rizos, y uno de ellos lo tomó con dos dedos, lo arrancó con precisión milimétrica, y lo posó con una inquietante parsimonia, sobre mi pupitre. Como es natural, yo me quedé absolutamente desconcertado (él solía actuar así, su aureola te proponía eso, la estupefacción). Y luego no sé, no recuerdo nada más. No sé si me callé, o si me puso alguna falta, o qué pasó. Pero sí recuerdo el rizo, el singular y larguísimo rizo, de gran diámetro (y aproximadamente tres coma catorce veces ese diámetro como perímetro) y que posó sobre el pupitre verde de aquella clase, de aquel instituto, en aquella época, supongo que cuando era joven.