Ricardo planteaba
preguntas que a veces nos dejaban totalmente en silencio. Un día,
dijo: “Si el mundo no es ni lo que sale en la prensa (porque,
claramente, no lo es), ni lo que se habla en las conversaciones
(porque, desgraciadamente, tampoco lo es), ni tampoco es lo que cada
uno de nosotros pueda sentir o pensar (porque, tristemente, tampoco
es eso), entonces, ¿qué coño es?”.
Los demás le
escuchábamos pero, como es natural, tardábamos un tiempo en
procesar aquel tipo de preguntas. Un tiempo que no se correspondía
con el que Ricardo nos dejaba, cosa que me tenia mosqueado. Es decir,
me inquietaba la inverosímil cotidianeidad que le ponía a esos
temas. Soltaba una parrafada de ese tipo e inmediatamente cambiaba de
tema, no sé si por vergüenza de jugar demasiado profundo (algo
relativamente impopular desde hace ya tiempo) o por (y esa
posibilidad es la que yo admiraba), simplemente, estar absolutamente
acostumbrado a plantearse preguntas así, habitualmente.
Como si uno pudiera
analizar el sentido metafísico de la vida mientras se prepara el
desayuno. O si los argumentos a favor y en contra de la futilidad de
la existencia pudieran aparcarse, sin más, momentáneamente, para
pasar a poner la ropa a secarse, no vaya a quedarse en la lavadora
demasiado tiempo, y después está demasiado húmeda, y huele raro,
etcétera.
No sé. Las personas son
imposibles de retratar. ¿Qué se consigue, mostrando rasgos,
anécdotas, o resúmenes de ellas? Nada verdaderamente profundo, en
mi opinión. Meras imágenes. Y no me estoy poniendo filosófico. La
experiencia está llena de ejemplos. Uno piensa que algo es A, y
termina siendo B. Uno plantea X, pero resulta que se trataba de Y.
El mundo no es matemático.
Aunque, joder, qué
alivio sería si lo fuera. Entonces uno llegaría, plantearía el
problema, elegiría un modelo (y si no funcionaba elegiría otro, y
sinó otro, y sinó otro), y resolvería la ecuación, el
procedimiento, la demostración de turno. Quod erad demostrandum,
como queríamos demostrar, fin
de la historia, a tomar por culo, problema resuelto, pongamos otra
lavadora, etcétera.
Pero
no. Como decía Ricardo, el mundo tampoco es eso. Yo que sé. El
mundo no es nada. Aunque también lo es todo. ¿Qué más da, en
realidad? El jodido Ricardo siempre me hacía plantear cosas que no
me había planteado antes. Como aquella vez, que empezó a dar
golpecitos con la cuchara en la copa de vidrio, como el que avisa de
que está a punto de dar un discurso importante. Clin clin clin clin
clin clin clin, y entonces todo el mundo callado, mirando a Ricardo
que ya se levantaba, miraba hacia un punto indeterminado más allá
de todos nosotros, y empezaba a hablar.
-En
cada uno de nosotros convive un maravilloso ser sensible con el más
miserable de los hijos de puta- dijo, para añadir enseguida: -El
menú solo incluye el postre, o el café. ¿A alguien le apetece un
orujo de hierbas?