Cómo conocí a Joe

Conocí a Joe en Méjico, en el autobús de Mérida a Palenque. La persona que se sienta a tu lado en un viaje largo es una lotería que, a veces sale bien y, a veces, sale mal. Por suerte, Joe perteneció al primer grupo. Eran ocho horas de viaje y en cambio lo recuerdo como un trayecto corto. Creo que traté de apagar el sonido (daban una película horrorosa y el audio estaba fuertísimo), y él pensó que quería encender el aire. Y ya, eso fue todo. Suficiente para entablar conversación.

Era inglés, de Oxford, y vivía retirado en una isla del sur de Grecia. Tenía cincuenta y un años. Moreno, camisa verde militar y pantalones cortos marrones, botas de montaña, una perilla con alguna clapa canosa, y una gorra que escondía un cabello desordenado y un poco sudado.
-I think the cap hides my horrible aspect (creo que la gorra esconde mi horrible aspecto) -decía, con sorna.
Era un tipo resuelto, liviano, a quien le gustaba conversar. Cuando hablaba, hacía un gesto que me divertía mucho: con la mano izquierda daba repetidos golpes al aire para abrir los dedos, y señalaba con todos ellos a un punto indeterminado, más allá de la ventanilla. Como si aquel impulso diese energía a sus palabras y les marcase la dirección correcta.

Pero cuando fui al servicio (yo tenía el asiento de ventana) y Joe tuvo que dejarme pasar, me di cuenta de que se movía con mucha dificultad. Había advertido que llevaba un bastón, pero pensé que sería un simple apoyo por si la rodilla, la cadera, o cualquier otro problema menor. Pero no. Joe me contó que sufrió una embolia que lo dejó en silla de ruedas durante un tiempo y que, después de unos años de recuperación, había evolucionado a una parálisis de "solo" medio cuerpo. Joe no tenía ningún control sobre su brazo ni su pierna derechas.

Por supuesto aquello me impresionó. Sobretodo poque Joe me había acabado de explicar que, de todas las partes del mundo, el sector centroamericano formado por Méjico, Guatemala, Nicaragua y Panamá, era la última región del mundo que le faltaba por visitar.
-So, how many countries do you think you have been to? (¿En cuántos países has estado?) -le pregunté, en ese afán mío por cuantificar.
-I don't know. Maybe one hundred and twenty five... (No sé. Quizás ciento veinticinco...).
Pero dudaba, y añadió:
-But it could be one hundred and fifty, I'm not sure (Pero podrían ser ciento cincuenta, no estoy seguro).

Treinta países de África, lugares como Georgia, Armenia o Kazahstán, por supuesto Nueva Zelanda, Australia y muchas de las islas de Indonesia, todos los países de Sudamérica, la mayoría de los países asiáticos, Europa entera... En fin, un currículum impresionante. De hecho, nos tomó mucho menos tiempo repasar los países que aún le faltaban por visitar, que los que sí había visitado.

Y todo con aquella parálisis, que solo le permitía hacer fuerza con la pierna y el brazo izquierdos, y usar los dedos de la mano izquierda. Cuando bajamos en Palenque, y tomábamos el colectivo hacia el hospedaje, tuvimos que subirlo para sentarle en el asiento. La combi entera (el conductor, yo, y dos clientes más) nos volcamos en la operación de subirle y, después, de bajarle. Cuando volvimos a quedarnos solos, le comenté:
-You must have found so many people that help you with your... (Debes de haberte encontrado mucha gente que te ayude con la...) -no sabía como llamarlo –body thing (cosa de tu cuerpo).
Y, mientras se colocaba con dificultades la pequeña mochila con la que llevaba viajando seis meses, contestó:
-Oh, yeah. The amount of people that helps me is just... (Oh, sí. La cantidad de gente que me ayuda es...) waw –esta era su palabra preferida. Y añadió: -... it's amazing (es increíble).

Porque a Joe todo le maravillaba, y todo lo consideraba digno de comentar. A ratos, durante el trayecto en bus, cuando cada cual se sumergía en sus pensamientos, o nos distraíamos con alguno de los sobresaltos de la película de acción de la pantallita, entonces Joe mantenía viva la conversación con intervenciones que -me fijé- empezaban siempre, o bien con I think (Yo creo), o bien con Do you think (¿Crees que..?).
-I think this is a very poor area (Creo que esta es una zona muy pobre) -y entonces yo le preguntaba porqué lo pensaba, y ahí teníamos otro tramo de conversación. O sinó:
-Do you think many Mexicans cross the border to Guatemala? (¿Crees que hay muchos mejicanos que cruzan la frontera con Guatemala?) -Y entonces proponíamos nuestras conjeturas, como dos ignorantes encantados de debatir sobre cualquier tema.

Y así, en ocho horas a base de I think tal cosa, y de Do you think tal otra, se me fue desplegando la personalidad de Joe.
-Are you tired? (¿Estás cansado?) -me preguntó una vez, al verme bostezar.
-Just bored (Aburrido) -respondí.
-¡Oh, come on! (¡Venga ya!) -ya nos teníamos cierta confianza -. This might be the last time you're doing this road, ¡you should be excited! (Esta podría ser la última vez que recorres esta carretera, ¡deberías estar ilusionado!)

El viejo Joe. Humildad transparente, sabia sencillez. Porque sí, Joe ya estaba de vuelta de todo, y cuando no viajaba, su vida transcurría tranquila en su isla del sur de Grecia, con sus amigos, sus paseos, sus siestas y el banco dónde se sentaba a mirar la playa cada mediodía. Pero conservaba ese afán descubridor, esa ilusión por no dejar nunca de aprender.
-So, did you have your two beers, last night? (Qué? ¿Te tomaste tus dos cervezas, ayer?) -le pregunté, cómplice de ese pequeño vicio diario, tan británico, que me habia confesado.
-Oh, no -me respondió. Y entonces, tras mi mirada de sorpresa, argumentó: -I think I was so excited about seeing the ruins (Creo que estaba tan nervioso por ir a visitar las ruinas) –se refería a las ruinas mayas de Palenque -that I didn't need the beer (que no necesité la cerveza).

Los ingleses y el alcohol. No pude evitar reírme: Joe encontraba en la inquietud por ir a ver unas ruinas mayas, un substitutivo válido para el alcohol. Y me pareció entrañable. Un tipo que ha recorrido entre ciento veinticinco y ciento cincuenta países, y que aún siente esa ilusión de chiquillo ante las novedades que le ofrecen los viajes. Y curiosamente, entonces pensé en Simon. Sin duda hubiera sido divertido juntarnos los tres: Simon con su escepticismo, Joe con su apasionamiento y yo... Yo seleccionando frases de uno y del otro, sin terminar de casarme con ninguno de los dos.

Ya en el autobus le había dicho a Joe si quería venir conmigo a dónde yo me iba a alojar. Ves directe al Panchán, me había dicho Gisela, una amiga de Tarragona. Era una burbuja turística, como toda la carretera que va desde el pueblo de Palenque hasta el parque nacional. Un oasis de comodidades lejos de la realidad social de esa zona de Chiapas. Sin embargo el complejo era espléndido. Mantenía el paisaje selvático de la zona entorno a las cabañas, las zonas de acampada y los restaurantes, y durante todo el día podían escucharse los intimidantes rugidos territoriales de los monos saraguatos.

Sin embargo, Joe tenía que dar un rodeo muy largo para podía acceder a las cabañas y, después, subir unos peldaños demasiado altos hasta su habitación. Así que se alojó en otra zona, no demasiado lejana, y sin tantas dificultades. Zanjada la cuestión del alojamiento, nos despedimos, hasta el día después.