La verdad es
que no sé de qué quiero hablarte. Quizás quiera explicarte que
estoy en un balcón de la plaza del Zócalo de Mérida. Y que abajo,
hay unos gringos montados en un carruaje que me fotografían.
Caballos negros, madera blanca, y el guía que les indica: aquí
tienen el edificio histórico. Flash, flash, y les oigo decir, qué
hace ese tipo ahí, que fuma y escribe como si fuera un conde. Creo
que es la primera vez que me siento parte del paisaje, un elemento
más de un cuadro turístico. Y me he divertido posando para ellos,
con la mano abierta y una sonrisa idiota, pensando que sería capaz
de pedirles que te enviasen la imagen por Whatsapp, con mi mejor
acento norteamericano.
Pero se van.
Como todos los que me cruzo en este viaje, o como yo mismo, que no
paro de irme: todos se van. Y regresa la noche, la plaza, la gente
tomando el fresco en los bancos. Parejas, personas solas, pequeños
grupitos. La sencillez de la calma.
Pero no, no
creo que sea eso de lo que quería hablarte. Es mi tercera noche en
este balcón, y me estoy enamorando de él. Y la culpa la tienen los
músicos. Son la resistencia a los coches que pasan, y sus boleros se
mezclan con el rugido del tráfico. Y también con los aplausos de
más allá, de la terraza de aquel restaurante, donde una mujer
vestida de folklórica da cinco, seis, siete, diez vueltas sobre sí
misma con una bandeja llena de vasos sobre la cabeza.
Todo es
parte del mismo show, pero yo prefiero a mis músicos. No sabía
porqué se reúnen aquí abajo, todas las noches, estos grupitos de
dos, tres guitarristas, algún percusionista; y cantan canciones
hasta medianoche. Hasta que hoy, después de comprar cervezas para
tomarme aquí arriba -sería un delito no hacerlo- les he preguntado.
Y resulta que esperan a que los contraten, y se colocan ordenados,
como si fueran taxis, esperando clientes.
-Serenatas
para enamorados. Aquí se estila mucho - me ha dicho uno de ellos.
-Qué bueno,
señor -en Méjico a uno se le acentúan los modales- . Ojalá
estuviera aquí mi novia, porque entonces yo les contrataría. Les
oigo ensayar cada noche, les felicito, tocan ustedes muy bien.
Noches de
boleros sencillos, de catedrales iluminadas, de pura brisa yucateca.
Noches que acentúan tu ausencia. Porque imagino que de eso quería
hablarte. De la ausencia. Ya nos pasó en verano, recuerdas, cuando
tú en Suiza, cuando yo en la Costa Brava. Ausencias mudas que, sin
embargo, nos dijeron tantas cosas. ¿Y no te recuerdan, ahora, estos
meses, a aquellas semanas? Los ratos robados a las obligaciones, las
rápidas ojeadas a los mensajes, y también, las largas
conversaciones anocheciendo. Aunque tantas cosas hayan cambiado desde
entonces.
Noches en
que, a pesar de todo, pienso que la distancia nos beneficia. Ya sabes
que yo te idealizaba. Y que aún te idealizo. Como Gerardo, yo
también vivo proyectado en la búsqueda, en el ensueño. De puro
romántico. Y quizás también, como Gerardo, te continúo buscando
aunque ya te haya encontrado.
Por ejemplo
en Tulum, donde improvisé en la playa un poema a mano, entre tenues
oleadas de deseo, entre el azul y el blanco de la arena caribeña.
Era un poema malísimo que, sin embargo, esta mañana, cuando he
salido del agua dulcísima del manglar de Progreso, he releído unas
cuantas veces. Debes perdonarme que no quiera enseñarte el original.
Ya sabes en qué ando: huír de los
tópicos, de los versos predecibles, de las palabras gastadas.
Era un poema
clásico, un mero viaje por tu piel, donde comparaba tus labios con
tus pezones, magnificaba el tatuaje de tu vientre, o me entretenía
en describir los dedos de tus pies, la turgencia de tus muslos, o
adorar tus mejillas perfectas. Y aunque era un poema carnal, de besos
que absorben y abrazos que poseen, terminaba en conceptos. Como si
hubiera que descender de los ojos al sexo, para después volver a
ellos. Como si después del placer necesitase hablarte de globalidad,
de aprendizaje, de convicción.
Y supongo
que, al final, era esto de lo que quería hablarte. De cuando la
distancia nos beneficia. De noches como esta, y de cuando nacen
poemas, que generan reflexiones, que confirman sentimientos. Amar en
la distancia, dijiste una vez. Porque de tu belleza yo era
cautivo, cantan los músicos, y es tan bonito que tú me
quieras, y que también te quiera yo.