Encima tuyo
están alojadas dos mejicanas bien guerreras, me dijo el Chino, el
dueño de la casa dónde dormí en Pinar del Río. Yo había llegado
allí desde la Habana, era mi cuarto día en Cuba, y el pequeño
apartamento me pareció perfecto para escribir. Una mesa cómoda,
espacio amplio y ventanas por las que entraba la poca brisa que
llegaba del exterior.
Andaba un
poco decepcionado con Pinar del Río, pensaba que tal vez hubiera
sido mejor dormir en Viñales, más cerca de la naturaleza. Pero,
como siempre, todo sucede por algún motivo. Porque entonces las
conocí, como por casualidad: me topé con ellas cuando salía por la
puerta de la casa. Iban a comer algo y decidí unirme a ellas. Se
llamaban Dafne y Yssel, y eran del Deefe. Y bien chidas que eran las
güeys.
Si para mí
cruzarme con ellas estuvo repleto de significado, para ellas yo
representé más bien como una especie de descanso del guerrero.
Dafne y Yssel estaban en su decimocuarto (de quince) días en Cuba, y
llegaban exhaustas del acoso al que les sometieron los hombres
cubanos. Y no es que no se divirtieran (tanto Dafne como Yssel
tuvieron sus satisfactorios idilios), pero me confesaron que después
de tantos días de romancear, ya tenían ganas de descansar, de
compartir con alguien que no fuera cubano las anécdotas de su viaje,
y de que un hombre no se les acercara para lo de siempre.
Porque
contaban sus chistes pero el humor cubano no las comprendía y
porque, como me comentaron después, en cuanto yo pasé a
acompañarlas, todo el séquito de hombres que se les había ido
adhiriendo dejó de molestarlas. Me contaron las rapidísimas
progresiones desde De dónde eres hasta Te amo, desde Cómo te llamas
hasta Eres la mujer de mi vida, o desde Dame un beso hasta Cásate
conmigo. Y después las dificultades para sacárselos de encima. Pero
ya en mi compañía, los depredadores de posibles visados vieron que
las presas andaban con un macho y, por lo tanto, dejaron de atacar.
El descanso de las guerreras, de las dos leonas alfa, de las dos
mexicanas en Cuba.
Por mi parte
encontrarlas, como decía, tuvo muchos significados. Descubrí de
primera mano las posibles reacciones de lectores mexicanos a lo que
estaba escribiendo, y eso le vino muy bien a mis intereses
literarios. Además de que encontraron incosistencias en aspectos
históricos que hube de concentrarme en corregir.
Por otra
parte, en los veintiséis días que había pasado antes de Cuba en
México, no había podido disfrutar tanto del acento mexicano en una
conversación. De turismo uno habla mucho con otros extranjeros, y
las conversaciones con los locales no suelen durar mucho, a no ser
que se haga cierta amistad.
Pero así
fue con Dafne y con Yssel. Las anécdotas de su experiencia cubana
eran divertidas, sobretodo porque ellas lo eran. Chicas valientes del
Deefe, estudiantes de Antropología en la Universidad. Por fin
alguien me explicaba la diferencia entre órale, híjole y chále, o
entre chingo y pinche, o entre chido y cabrón. Una lección que
había echado de menos en territorio mejicano.
Valió la
pena atrevirse a subir a Viñales a pesar de la lluvia y de la hora
que era. Nos sintimos muy turistas destrás de aquel grupo finlandés,
pero las cuevas y el valle nos impresionaron. Y para celebrarlo,
fuimos a cenar. Entre jugos de guayaba, arroces moros con bistec,
vino cubano y una botella de ron, le dimos recio al humor, arreglamos
el mundo, nos reímos un chingo: estuvo bien padre, cabrón.
Y al día
siguiente, por la mañana, volvimos a conincidir. Esta vez cuando las
oí por la puerta salí a decirles que me esperaran, los tres con la
cruda (la resaca), y volvimos al paladar de la noche anterior a
desayunar.
Entonces
volviste a salir en la conversación (estuviste presente en varios
momentos, sospecho que envidiaban la forma en que les hablaba de ti y
de mi). En general, las mujeres son más sensibles a los
sentimientos, tienen menos pudor a hablar de ellos. Me habían
regalado los “Cuentos de Evaluna”, de Isabel Allende, un hecho
que los tres encontramos que era como una premonición. Yo a cambio
prometí escribirles este texto, porque me pareció que era el mejor
regalo que les podía dar.
Pero el
último regalo fue el que más me emocionó. Como en una especie de
resumen, Dafne dijo “qué bueno, ha sido como si Eva hubiera estado
todo este tiempo con nosotros aquí”, sentencia que, como puedes
imaginar, me encantó. La miré sorprendido, tremendamente halagado,
y entonces remató la faena, y añadió, “sí, la traes contigo”.
Así que
este texto quiero que sea un regalo para los cuatro. Levanto el vaso
de ron y brindo con vosotras: Eva, Dafne, Yssel. Y cuando impacten
con sus copas, no olviden mirarse a los ojos, porque no mames güey:
nadie quiere siete años de pinche mala suerte en temas de amor.