Desde el
andén sobraron las palabras. Ella le recordaría como si fuera un
sueño, él como una ráfaga de luz que galopaba. Los tiempos se
repetirían, la cuadrícula volvería a plegarse, el tren moriría
cada vez en el mismo punto de fuga. Y el último abrazo tantas veces
pensado. Se marcharía, volvería a marcharse cien veces más, hasta
que todo dejara de recordarle aquellas vías, aquellas paralelas
despiadadas y eternas. Pero solo sería otro tipo de adiós, sin
saberlo demasiado aquel teatro sería otro tipo de despedida, el
último peldaño de la escalera de mármol, la entrada rutilante en
una regresión sin retorno. Porque nada fue al azar. Nunca nada se
salió del guión escrito en las risas de agosto, en el deseo lento
de las conversaciones, en la manera sencilla en que todo cuadraba.
Dejarían de pensar, se encontrarían en pleno mercado medieval, en
la piel bronceada de un indio a caballo o en la franqueza de aquello
que estuvo latente tanto tiempo. Se sentarían en las sillas de
mimbre de cuando los nervios, se perderían camino a las playas, se
sentirían ingrávidos junto a la orilla. Como en un cuenco, girarían
en círculos, hasta encontrarse.