En definitiva es volver a
empezar, olvidar estructuras, trazar líneas nuevas o desaprendidas,
como si no hubiera nada escrito en aquella libreta que escogimos tan
cuidadosamente y hubiera que volverlo a relatar todo, quitando a los
giros desagradables ese protagonismo que no merecen. No es fácil, si
nos piensas un poco. Imagínate la situación, los gatos y los perros
con sus ruidos, tan deliciosos a veces pero tan insoportables cuando
ya no los queremos oír y, encima, el esfuerzo añadido de tomar
notas en esa libreta (digo libreta pero puede ser también un
pensamiento, una decisión) para que quede una constancia de la cual,
después, resulta que dudamos, sobretodo porque nadie nos lee, ni
siquiera a veces nosotros mismos. Sí, ya sé, no te creas que no te
oigo, por supuesto que te estoy oyendo decir “Nosotros sí,
nosotros leeremos nuestras propias palabras”, con esa voz de
volumen descendido con la que susurras gravedades. Y como siempre
tendrás razón, y habrá que liberar a la libreta de tantas
narraciones, por mucho que yo me empeñe en decorarla con
insistencias, u obsesiones. Porque la verdad, al final, es este
núcleo de ternura que tenemos entre las manos. Todo lo demás, no
deja de ser simple y a veces falsa literatura.